Proclo, Platón y Euclides ya habían escrito sobre la maravillosa proporción áurea, o número de oro, o también conocida como divina proporción, por ser la expresión algebraica que está presente en la configuración de las más impresionantes formas de la naturaleza, definiendo la proporcionalidad entre todas sus dimensiones (altura, anchura, profundidad). Eso fue para los griegos de la antigüedad la expresión de la perfección, la explicación racionable de la belleza.
Pero antes de aquellos matemáticos y filósofos griegos, historiadores ya habían encontrado indicadores de este concepto de geometría en las estelas en Babilonia y Asiria alrededor del año 2.000 a.C..
Los maravillosos templos griegos y esculturas de la Grecia antigua fueron proyectados y ejecutados dentro de ese postulado de la geometría.
“La originalidad es regresar al origen”, dijo Gaudí (1852-1926) al referirse a la naturaleza en la cual se inspiraba para crear la arquitectura, los muebles y objetos que tanto asombran la humanidad hasta los días de hoy. Todavía, no dejó la geometría. Reconocía en ella también las formas naturales y el pensamiento matemático de Dios, y establecía sus propios patrones de proporción. Observar la naturaleza era para Gaudí la mejor forma de comprender la matemática de la vida.
La naturaleza es el hogar del hombre desde la prehistoria. Fuimos cambiando muchos aspectos para configurar nuestras casas, pero no nos olvidemos que todo que existe proviene de la naturaleza: las materias primas para las construcciones, para los muebles y objetos del cotidiano, el combustible, la energía invisible, el agua y hasta el fuego es un elemento natural.
Con toda esa conexión con el natural, no podría ser de otra manera el hecho de que al mirar a sus obras nos sentirnos a gustos (al menos pasa a la mayoría de las personas). Lo que nos es familiar, nos deja más confiados, ya decía Freud en su teoría de “Unheimlich ” que se refiere al que nos es “extrañamente familiar” – de principio no causa algo raro, pero al mismo tiempo es conocido.
Todo aquello movimiento de la fase en que ha expresado al máximo su conexión con la naturaleza, momento en que coleccionó huesos, conchas, hojas, semillas y toda clase de cosas que, a través de observación de esos elementos naturales, los plasmó de una manera muy original en la arquitectura, en el proyecto de muebles y objetos prácticos.
Al ser tan familiar todo lo que Gaudí proyectó, te sientes cómodo al mirarlo. Al sentirte cómodo, te relajas. Al relajarte, trasciendes. Así se da el camino hacia el espiritual de la obra de Gaudí. Como ha dicho Dalai Lama “La espiritualidad es todo aquello que produce una transformación interior”. Para mí, es imposible mirar a las obras de Gaudí y de alguna manera no salir trasformada. La obra de Gaudí es como una religión, pues te pone delante de un enigma. Puedes adorarla, sin convertirte en un fanático, pues su función es libertar la creatividad, i no aprisionarte.
Puedo entrar por algunos momentos muy especiales, dentro de mí derecho natural de imaginar, en la cabeza del hombre que creó un estilo propio, único. Nadie había hecho de aquella forma antes, y nadie tiene el coraje de hacerlo hoy, justamente porque es especial y inconfundible, y a los hombres de buenas costumbres de la área creativa, en general a la clase de los arquitectos, la originalidad es una cuestión de honor.
¡Cuántos molinos de ideas han girado dentro de la cabeza de Gaudí hasta llegar a los resultados obtenidos! No dudo que él habrá pensado en cada ángulo, en cada perspectiva de sus construcciones para que fuera agradable desde todos los puntos de vista: en cómo se iban a ver las rejas por bajo por lo peatones que pasaban por las aceras, por aquellos que pasaban de lejos curzando el Passeig de Gràcia por el otro lado de la calle, por dentro de las habitaciones través de las ventanas. Creo que él ha pensado en cada formato de manos: de las mujeres, de los hombre, de los niños, al proyectar los tiradores de las puertas y cajoneras adecuados para la delicadeza femenina, para la objetividad masculina y para la prisa de la niñez. Sin miedo de hacer diferente, pensó en las sillas que fuesen lo más armoniosas posible con la arquitectura – y yo no concibo algo diferente…¿cómo poner líneas rectas de Wassily dentro de casas de Gaudí? Una agresión…
Un sentimiento de hermandad me une a Gaudí. Lo siento que yo no pueda haber heredado toda su creatividad y valentía, pero sí, comparto con él el amor por la creación, refiriéndome al aspecto espiritual que envuelve un profesional cuando está sumergido en su obra.
Imagino a Gaudí visitando a sus obras y decidiendo en el momento lo que se debería hacer. Dando instrucciones a los albañiles sobre los próximos pasos que no estaban planeados en el papel hermosamente dibujado a mano. Cuánta confianza habrá Gaudí conquistado de sus clientes para que le permitiesen ejecutar algo tan diferente en una época en que todos se observaban buscando ser mejores que el otro en calidad y originalidad, pero aún con los ojos vueltos a las bases principales de un pasado clásico. Gaudí no podría obedecer a un legado clásico tan rigoroso, porque, a pesar de que en muchos aspectos la naturaleza se deja conocer, en otros ella es absolutamente imprevisible, y era ese aspecto que le enamoraba.
Siempre habrá novedades a observar en el trabajo de Gaudí. Siempre podremos imaginar cosas nuevas, y, a diferencia de muchos otros arquitectos, me parece que Gaudí nos permite volar en pensamientos sobre su forma de ver la vida y la obra, sin miedo de “pecar” por pensar algo más allá de lo que él habría pensado. Eso nos estimula la creación, porque si somos más naturales (libres, desinhibidos, tranquilos) estamos más próximos de nuestra origen, y así, seremos únicos.
Crédito de las Fotos: Maria Pilar Arantes